En el corazón de un país que respira futbol como si fuera el oxígeno más puro, el América ha logrado lo que parecía una utopía, un deseo indecible: el tricampeonato en los torneos cortos, una hazaña inédita, un poema escrito a base de goles y tácticas, de sudor y épica. Como si la cancha se hubiera transformado en una página interminable. André Jardine, el poeta del banquillo, hilvanó versos desde su llegada. Su mirada brasileña, afilada y soñadora, encontró en este equipo las palabras exactas para escribir historia.
Henry Martín, el capitán con botas de plomo y corazón ligero, fue el acento agudo en cada ataque, la pausa para respirar antes del grito ensordecedor del gol. No jugó solo; a su lado danzó Álvaro Fidalgo, el arquitecto español que convirtió la mediacancha en un lienzo de filigranas, pases imposibles y trazos de precisión milimétrica. El público apenas alcanzaba a entender cómo la pelota, tímida en apariencia, obedecía con tanto fervor a su toque.
Y, en la retaguardia, Luis Ángel Malagón, con reflejos que desafiaron al tiempo y a la gravedad, se convirtió en el último verso del poema: aquel que define la esencia de la obra. Paró balones como quien detiene la tristeza, con manos firmes y una serenidad que parecía impropia de una final.
Y para tintes los de Richard Sánchez, que si algo sabes es darle proeza a sus goles en las finales.
Tres títulos consecutivos. Tres copas al cielo, como un rezo, como un brindis, como un recordatorio. En cada uno, el América rompió cadenas invisibles y las convirtió en alas, porque ese es su sino: volar más alto que nadie, incluso cuando el viento sopla en contra.
No todo fue fácil, porque la grandeza siempre encuentra detractores. En el torneo que los coronó, los rivales intentaron cortarles las alas. Rayados, Cruz Azul y Toluca, como piedras en el zapato, como preguntas sin respuesta, pero Jardine siempre encontró la manera de transformarlas en música.
Hoy, la afición águila mira al cielo con orgullo, sabiendo que este tricampeonato no es solo una estadística, sino una declaración de principios: “Nosotros no jugamos para ganar, jugamos para ser eternos”.
En un país de pasión desbordada y promesas rotas, el América ha cumplido la suya. Y lo ha hecho como solo sabe hacerlo: con grandeza, con poesía, con alas que no conocen el cansancio.
Apareció primero enTu Chica Musical